A day at the races


A day at the races
La joya escondida en la carrera de Queen
La joya escondida en la carrera de Queen


La historia de la música suele recordar a los discos trascendentales, aquellos que marcaron tendencias o significaron un quiebre en la historia de un artista o de un género. Sin embargo, el rock está lleno de pequeñas joyas, diminutas obras maestras que tuvieron la mala suerte de ser opacadas por trabajos más grandilocuentes u oportunistas. Tal es el caso de “A Day At The Races”, el notable disco de Queen editado a fines de 1976 que tuvo la mala suerte de aparecer en medio de dos de los trabajos más importantes de la banda: la revolución sinfónica de “A Night At The Opera” (1975) y el crudo “News Of The World” (1977). Atrapado entre dos obras tan significativas (“A Night…” representó el pico más alto de la etapa glam de Queen, de la mano nada menos que de la monumental “Bohemian Rhapsody”; y “News...” fue la reacción de la banda al estallido punk de 1977), “A Day At The Races es generalmente olvidado por los críticos, pese a ser uno de los trabajos más sólidos y mejor logrados de Queen. Por ello, cuando falta muy poco para que se cumplan 30 años de su edición, rendiremos un pequeño homenaje a esta a menudo olvidada joya de la corona.


Si bien es evidente que grabar una obra maestra es una tarea compleja, reservada sólo a un puñado de artistas en la historia del rock, lograr un sucesor que esté a la altura de las expectativas es un desafío igualmente extenuante. Esa era entonces la situación de Queen a mediados de 1976: su último disco, “A Night At The Opera” los había catapultado a la cima creativa y comercial. Canciones como “Bohemian Rhapsody” y “Love Of My Life” fueron himnos instantáneos e inmortales, destinados a ser guardados en el Olimpo del rock. Como era de esperarse, las ventas fueron monumentales: el disco ocupó el primer puesto del ranking británico durante nueve semanas, y vendió más de un millón de copias en EE.UU. en pocos meses. Entonces… ¿Cómo seguir, después de haber logrado todo a lo que puede aspirar una banda de rock? Esta debe haber sido la pregunta que ocupó la cabeza de Freddie Mercury, Brian May, Roger Taylor y John Deacon durante aquél verano de 1976. La respuesta fue el magnífico “A Day At The Races”, un disco que logra conjugar los mejores momentos de “A Night…” con una nueva faceta pop y un sonido más relajado. Si bien existe una cierta continuidad con el disco que la precedió (nuevamente la banda eligió una película de los hermanos Marx para el título), se trata de una obra más melancólica, refinada y sutil. Salvo unas pocas excepciones, Queen abandona el sonido estridente de sus trabajos anteriores y entrega un producto mucho más confiado y apacible.


Las grabaciones del disco se repartieron entre los estudios Sarm West y Wessex Studios, de Inglaterra, y le tomaron a Queen largas sesiones entre julio y noviembre, una vez más acompañados por el ingeniero/productor Mike Stone. Pero el esfuerzo rindió sus frutos, porque con “A Day At The Races” el cuarteto británico logró una impecable colección de canciones, en la que cada pieza encaja en su lugar y se forma un todo homogéneo que funciona muy bien de comienzo a fin.


1.- Tie Your Mother Down

2.- You Take My Breath Away

3.- Long Away

4.- The Millionaire Waltz

5.- You And I

6.- Somebody To Love

7.- White Man

8.- Good Old Fashioned Lover Boy

9.- Drowse

10.- Teo Torriatte

El álbum arranca con uno de los riffs más conocidos del rock: “Tie Your Mother Down”, la arrolladora composición de May que se convertiría en referencia obligada en las performances en vivo de la banda. La canción combina un rock pesado en la tradición de los discos anteriores de Queen con una letra de sanguinaria poesía: “mandá a tu hermanito a nadar atado a un ladrillo”, canta un lascivo Mercury desesperado por hacer lo que sea con tal de concretar la cita amorosa que planeó con su pequeña colegiala.

Después de este comienzo estridente, Mercury deleita nuestros oídos con su inconfundible piano: ha llegado el turno de la hermosa “You Take My Breath Away”, una de las composiciones más personales y sentidas del cantante, quien entrega uno de los desempeños vocales más logrados de toda su carrera (lo cual, en términos de Mercury, es mucho decir). Pero May no se queda afuera, y completa la canción con un melancólico solo de guitarra, capaz de arrancar lágrimas hasta al más duro defensor del rock más pesado de la banda.


Tras el lucimiento de Freddie, es Brian quien toma la posta en “Long Away”. Aquí el guitarrista abandona por un rato la Red Special, se hace cargo de una eléctrica de doce cuerdas, y pone su voz al frente de una relajada canción pop. Si bien no está a la altura de “’39”, la magnífica contribución que May aportó a “A Night At The Opera”, “Long Away” no desentona con la tonalidad melancólica que tiene todo el disco. Porque todo “A Day At The Races” parece remitir a una plácida tarde otoñal, y “Long Away” es parte central de esa sensación.

La lucha de talentos entre Mercury y May continúa, y es ahora el turno de que Freddie se luzca nuevamente. “The Millonaire Waltz” puede ser vista tanto como la obra de un compositor en la cima de su creatividad o como uno de los últimos destellos de un género en decadencia. Los cambios de ritmo, la acumulación de instrumentos y la multiplicación de voces hacen de esta una de las piezas más pretenciosas de la carrera de una banda de por sí pretenciosa. La canción comienza nuevamente con el piano característico de Mercury, al que pronto se le suma una fantástica línea de bajo de Deacon. Y entonces, otra vez Queen nos abruma con una catarata de coros que cantan sobre días mejores y el goce despreocupado de la juventud. De nuevo, la melancolía: “antes éramos locos, felices, nos pasábamos los días juntos, de la mano… ¿te acordás, mi amor, cómo bailábamos y jugábamos bajo la lluvia, podíamos quedarnos allí para siempre?”. Pero después de la nostalgia llega la explosión, con un final a toda orquesta en el que se suceden las armonías de guitarra y la multiplicación de voces.

La cara A del disco cierra con “You And I”, otra muestra de la sensibilidad pop de John Deacon. A menudo eclipsado por la grandilocuencia de sus compañeros, el bajista supo siempre aportar canciones simples, amenas y pegadizas, que sirven de descanso entre tanta pompa y fasto. Cumplió en “A Night At The Opera” con el hit “You Are My Best Friend”, y vuelve a hacerlo aquí con esta pequeña joyita.


Pero todo lo presentado hasta aquí es sólo un aperitivo para lo que viene después. Es el momento de desenrollar la alfombra roja, porque llega tal vez la mejor canción de la historia de Queen: “Somebody To Love”. Demostrando que hay vida después de “Bohemian Rhapsody”, Mercury se despacha con una nueva obra maestra, en la que las voces se multiplican hasta el infinito y logran la sensación de un coro colosal. Todos aquí se lucen: Mercury aporta un desempeño vocal acorde a su leyenda, May contribuye con uno de sus mejores solos, mientras que Taylor y Deacon logran una dupla rítmica envidiable. Pero en Queen el todo siempre es más que la suma de sus partes: gracias al estudio de grabación, Mercury, May y Taylor suenan como 100 personas.


Una vez más corresponde a May aportar las canciones más fuertes, y “White Man” es un intento de recuperar el sonido hard rock de “Queen”, el disco debut de la banda en 1973. Con el racismo en EE.UU. como temática central, la canción tal vez sea el punto más flojo del disco. Sin embargo, funcionaba muy bien en vivo, ocasión que daba a May la oportunidad de desarrollar sus poderosos solos de guitarra.

Mostrando que el interés de Mercury en aquella época pasaba por otro lado, “Good Old-Fashioned Lover Boy” retoma el sonido más delicado y refinado de sus tres aportes anteriores. Otra vez nos encontramos con los cambios de ritmo, las orquestaciones vocales y la sutileza de formas que explotó en “The Millonaire Waltz”. La canción tiene un curioso valor anecdótico: es la primera obra de Queen en la que participa un cantante invitado. Se trata del productor Mike Stone, a quien corresponde la famosa línea “Hey, chico, ¿de dónde lo sacaste? ¿Hey, chico, adónde fuiste?”.

“Drowse”, único aporte de Roger Taylor al álbum, ilustra mejor que cualquier otro ejemplo el cambio de actitud de la banda respecto de su disco anterior. Mientras que en “I’m In Love With My Car” (de “A Night At The Opera”) el baterista se deshace en poderosos alaridos y solemnes coros, aquí la furia se convierte en una plácida oda a la somnolencia de los domingos por la tarde. Los alaridos han sido reemplazados por notables falsettos y la poderosa Red Special de May es sustituida por una gentil slide guitar.

Una regla no escrita dice que todo disco que se precie de obra maestra debe finalizar con una canción monumental, y Queen decide cumplirla con la composición que eligió para el cierre. Se trata de “Teo Torriate”, un himno dedicado a los fans japoneses de la banda y la primera vez que recurren a un estribillo en otro idioma (repetirían más tarde en “Las Palabras de Amor”, de “Hot Space”, en 1982). Aquí May toca el piano, el órgano y la guitarra. Si la historia ha sido injusta con el álbum en general, lo ha sido aún más con esta canción en particular, que no ha obtenido el reconocimiento que merece. Tal vez la razón se deba a que los propios Queen la desestimaron rápidamente, y nunca llegó a formar parte del set habitual de la banda en vivo. Sin embargo, la canción lo tiene todo: un arranque tranquilo que deriva en un estribillo poderoso, un clímax sentido sobre el final y un cierre con un hermoso coro de niños.

“A Day At The Races” es, en resumen, un disco sutil, delicado, plagado de matices. Obra maestra de un Freddie Mercury en el tope de su creatividad, es a la vez continuación natural y al mismo tiempo última postal sinfónica de una banda que estaba a punto de transformarse radicalmente. Podría seguir agregando adjetivos, pero lo mejor será que el oyente descubra todas esas cosas por sí mismo.

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